lunes, 15 de enero de 2018

Alain Dominique Perrin: “El arte contemporáneo es libertad”




Con el creador de la Fundación Cartier de París iniciamos una serie de conversaciones entre Dani Levinas, presidente del patronato de la Phillips Collection, en Washington, y algunos de los más influyentes coleccionistas del mundo

Perrin, en su castillo de Lagrezette, en Caillac (Francia).
Perrin, en su castillo de Lagrezette, en Caillac (Francia).  AFP
A sus 75 años, Alain Dominique Perrin (Nantes, 1942) no pierde las buenas costumbres. Este ejecutivo francés, coleccionista de arte y creador de la Fundación Cartier, ha logrado ser un precursor en todas aquellas áreas en las que se lo ha propuesto. Será difícil que eso vaya cambiar a estas alturas. Algunas personas señalan el camino, otras ayudan a demarcarlo y muchas otras lo recorremos. Y Perrin no parece cansarse de señalar nuevas vías. Convertido en mandamás de Cartier en 1975, desde esa posición expandió la industria del lujo. Y entre sus decisiones, la más audaz fue crear, en 1984, una fundación para el arte contemporáneo.
Esta ilumina hoy Montparnasse. No es solo lo que la fundación ha hecho, sino el modo en que, mucho tiempo después, iniciativas de otras compañías referentes en la industria del lujo fueron copiando aquellas ideas. Hoy son norma, parte de una realidad que se financia más desde el sector privado que desde el público.
Aquel impulso extraño tuvo que ver con el contexto político de la Francia de mediados de los ochenta. Dice Perrin, con ese tono tan suyo que puede pasar por pedante, pero que en realidad esconde la confianza en las ideas propias, que la tarea fue laboriosa. “Tras la elección de Mitterrand [como presidente de Francia], los socialistas se pusieron de moda y nos vimos ante la necesidad de transformarnos en actores claves no ya de nuestro sector, sino de la sociedad. Así que, a pesar de que Cartier era ya una marca de renombre mundial, decidimos enfocarnos en el negocio y el mecenazgo. Con ese fin creamos la fundación, con la idea de ayudar a artistas contemporáneos a encontrar subsidios y dinero del sector privado para darles la libertad económica con la que crear, tarea ardua, porque el arte contemporáneo no existía”.
El escultor [Cesar Baldaccini], padrino de la fundación, fue clave desde el comienzo; eligió el lugar adecuado para su establecimiento y ayudó a Perrin a materializar la extravagancia décadas antes de que la fiebre por el arte contemporáneo, que hoy se refleja en ferias, galerías, colecciones de bancos, museos y particulares, fuera imaginable.
Sede de la Fundación Cartier, en París, edificio diseñado por Jean Nouvel.
Sede de la Fundación Cartier, en París, edificio diseñado por Jean Nouvel. 
Por romántico que parezca, aquella no solo era una estrategia de expansión corporativa. También era filantropía en el mejor de los sentidos. Más allá de su utilidad para desgravar impuestos, la sociedad a la que están dirigidas se enriquece con su acción.
Elección del presidente Jacques Chirac y designación del ministro de Cultura François Léotard mediante, Perrin se volvió un hombre fundamental para lo que luego fue una ley de mecenazgo pionera, que permitió hacer deducciones corporativas que incentivaran la adquisición de arte contemporáneo.
“Por lo menos, abrí una puerta, partiendo de un argumento muy simple: ¿por qué demonios puedo deducir impuestos de mi inversión en fútbol, pero no en arte? ¿Acaso este no es un país civilizado? Lo importante, entonces, fue elegir: ¿dónde quieres ayudar? ¿Arte, fútbol o investigación médica?”, recuerda.
Y, socarrón, agrega: “Esto es muy francés, pero cuando inauguré la fundación, el proyecto era único en Europa y todo el mundo estaba esperando que fracasara. Pero les salió mal: fue un gran éxito y todos reaccionaron. Así fue como 30 años más tarde, Bernard Arnault eligió abrir la Fundación Louis Vuitton el mismo día en que nosotros celebrábamos nuestro trigésimo aniversario. [El presidente François] Hollande y los famosos estuvieron con él, pero los grandes artistas estuvieron con nosotros”.
Perrin destaca el modo en que es financiada la fundación: un 90% por Cartier y un 10% por proveedores que trabajan con la marca y, naturalmente, por particulares. Comprar obra, montar y realizar las exhibiciones y mantener el espectacular edificio que Jean Nouvel dio a luz en 1994, es una tarea que supera los 10 millones de euros anuales (unos 8,2 millones de euros). Con la venta de libros, catálogos y entradas, se recuperan cerca de dos millones.
“Después de todo este tiempo, tenemos una verdadera familia de artistas, que son nuestros amigos y comprenden y comparten la identidad de la fundación, como Guillermo Kuitca y David Lynch”.
Cuando le pregunto cuáles son las reglas con que se rige ese mundo cerrado, aclara: “Hervé Chandès es el director y, si bien yo tengo derecho a veto, solo lo ejercí dos veces en 33 años, como cuando me negué a hacer una exposición del fotógrafo David Hamilton. Esencialmente manda él”.

Sin favoritismos

Luego de formular esa aclaración, responde con la misma firmeza con que ha tomado, ya como estudiante, ya como gestor, ya como coleccionista y ya como hombre de negocios, decisiones propias de un hombre al que no carcome la duda: “El presupuesto, la contabilidad y la planificación de las exposiciones es llevado a cabo por el Comité Ejecutivo de la fundación, donde trabajan alrededor de 40 personas, cinco de las cuales son comisarias. Pero las reglas siempre fueron claras: realizar una muestra temática anual totalmente abierta al público y no mezclar Cartier con la fundación, para que los artistas no trabajen con la empresa ni nosotros seamos sospechosos de favoritismos, de manera que los ayudemos a promover su trabajo sin pedir nada a cambio. Eso es sumamente infrecuente y, aunque nos copian el estilo, el hacer exposiciones temáticas con coherencia y profundidad, como la que dedicamos en homenaje a Ferrari, al rock and roll, a las matemáticas o a los años 60, no se le da tan bien a la competencia”, asegura.
Dardos venenosos que van apagando la charla con Perrin a medida que el día cae y la luz eléctrica inunda el último piso de la Fundación Cartier con la prepotencia y la elegancia de que solo es capaz París. Pero todavía no está todo dicho para este Comendador de la Legión de Honor. “La industria del lujo ha puesto su dinero y su atención en el arte contemporáneo, aunque me temo que eso puede llevar a que esté excesivamente de moda y se vuelva demasiado caro y exclusivo”. Y remata: “Pese a que es admirable lo que ha hecho gente como François Pinault, debemos tener cuidado de no ir demasiado lejos ni de perder de vista que, básicamente, el arte contemporáneo es libertad”.
Con el anhelo de que la Fundación Cartier sea parte del ADN de la marca francesa el resto de su historia, la conversación acaba. Siglos de sabiduría se ciernen sobre la tarde-noche de París para repetir, al modo del militar y político José de San Martín: “Serás lo que debas ser, o no serás nada”. La cita se antoja dicha para Perrin.

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